"Los síntomas del amanecer habían
sido perfectos para no ser feliz: me dolían los huesos desde la madrugada, me
ardía el culo, y había truenos de tormenta después de tres meses de sequía. Me
bañé mientras estaba el café, me tomé un tazón endulzado con miel de abejas y acompañado
con dos tortas de cazabe, y me puse el mameluco de lienzo de estar en casa.
...
Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes no
dependían tanto de mí como de ellas, y ellas saben el cómo y el porqué cuando
quieren. Hoy me río de los muchachos de ochenta que consultan al médico
asustados por estos sobresaltos, sin saber que en los noventa son peores, pero
ya no importan: son riesgos de estar vivo. En cambio, es un triunfo de la vida
que la memoria de los viejos se pierda para las cosas que no son esenciales,
pero que raras veces falle para las que de verdad nos interesan. Cicerón lo
ilustró de una plumada:
"No hay un anciano que olvide dónde escondió su
tesoro"
...
Las secretarias me regalaron tres calzoncillos de seda con huellas
de besos estampados, y una tarjeta en la que se ofrecían para quitármelos. Se
me ocurrió que uno de los encantos de la vejez son las provocaciones que se permiten
las amigas jóvenes que nos creen fuera de servicio.
De Memorias de Mis Putas Tristes. Gabriel García Márquez
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